El proceso de creación de una obra no se produce de manera lineal. Existen momentos estelares, condensados, decisivos, brillantes y momentos anodinos, disueltos, mates, de transición entre un momento de inspiración y otro. Es como una dinámica de palpitaciones.
Un momento estelar típico es aquél en el que está intacta la potencia del despojo: cuando tenemos el material acumulado, en un montón desordenado, en bruto. Son instantes en los que nos solemos volver un poco locos por la cantidad de ideas que se nos acumulan en la cabeza, que pujan por salir. Todo es posibilidad. Y todos queremos ser Magos.
Entre este momento y el siguiente, está el proceso de desbroce y limpieza del material. Es uno de esos momentos imprecisos y mates, en el que, al contrario que el anterior, nadie quiere protagonizar, todos nos volvemos invisibles.
Otro momento brillante: cuando se empieza a entrever la personalidad de la obra. Este momento del árbol de Kitxu fue inolvidable, la obra en emergencia, ya empezada pero inacabada aún. Es como una flor cuando comienza a salir de su capullo, nunca se volverá mostrar el potencial de forma tan evidente como en ese momento impreciso, entre el ser y el no-ser.
También ahí nos volvemos un poco locos porque a todos se nos ocurren múltiples finales. Todos queremos acabarla a nuestra manera, nos convertimos en autores.
Debiéramos dejar muchas obras congeladas ahí, esperando a que "otro" las acabe en su imaginación. Es la única manera de no perder el potencial.
Otro momento muchas veces anodino: el montaje.
Hierro, sudor y lágrimas, ...el reciclante avanza.
Y este es el final. Ya no hay nada que comentar, él lo dice todo. Y nos convertimos en Niños.
(reportera BASURATA CHAN)